Mis letras mueren en el papel
como cenizas de una voz quemada
pero siempre que vuelvo
renacen las brasas,
y así me encuentro,
a medio camino
entre el cementerio de mis palabras
y el amanecer de tu piel en mis dedos.
En ese punto,
mis mechones,
mis ojos,
mis labios,
mi cuello,
mi pecho,
mi cintura,
mis piernas,
mis pies,
todo;
todo te busca
y se desvive en tu nombre:
las letras desenterradas
dejan sus tumbas
y emigran de campo santo
para acariciar
contigo
la lumbre.