Mi velo pintado perdió solidez
con la primera lágrima negra.
Esta no era negra de tristeza
ni alentaba a la despedida.
Era negra como lo es
la noche profunda y límpida,
como un pozo que rebosa suciedad,
y que con el último aguacero,
se impulsa hacia el cielo
con brazos cenagosos,
y renace transparente
y opalino.
Despedí primero la fosca,
y después observé el paisaje velado
por la calina,
los colores borrosos
y la confusión levantándose del suelo,
hasta que la bruma
se desprendió por mi mejilla izquierda.
Te miré,
tan nítido y ligero,
y ahí estaba,
planeando por mi barbilla:
el vestigio de un riachuelo
que se secó de madrugada,
y dejó rocío donde solía
condensar la niebla:
en la piel
y en la memoria.
En la tuya y en la mía.
Ya nunca jamás
nos volvió a alcanzar
la lluvia sucia.
De las tinieblas rescatar la “encalinada” N estancando la abrumada M te encumbra en el ubicuo Parnaso.
¡Enhorabuena!
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Maravilloso.
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Gracias por leerme ❤️
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