Mi dedo índice es un pincel
cuando camina por su pómulo izquierdo.
Me imagino coloreando sus mejillas
de malva, púrpura y lavanda,
y emborrachando sus pestañas
de color vino.
Me veo pintando una media luna de café
en sus labios
para que completen el plenilunio
al tocar los míos
y despertar todos los días
entre sábanas blancas
y granos tostados.
Esculpiría sus contornos con un cincel
y suavizaría sus rasgos afilados
con las yemas
todos los días,
al anochecer.
Cuando mis huellas encuentran el abismo
al morir tierra lisa
en la barba incipiente,
me tiembla el pulso,
pero él siempre tiene los ojos cerrados
y no se da cuenta de que soy yo
quien le acaricia
pero es él quien marca
cada uno de mis recodos de piel.